Pécs, la «ciudad del Mediterráneo» en el corazón de Hungría, es una de esas rarezas que desafían las expectativas. Mientras Budapest acapara los focos turísticos, esta joya cultural con más de 2000 años de historia permanece relativamente desconocida para el viajero internacional. A solo dos horas al sur de la capital, Pécs vibra con un clima sorprendentemente cálido, calles empedradas llenas de historias y una fusión única de culturas que pocas ciudades europeas pueden igualar.
La fortaleza cultural que desafió imperios
Fundada por los romanos como Sopianae en el siglo II, Pécs ha sido testigo del paso de civilizaciones que dejaron huellas imborrables. Los restos paleocristianos de la necrópolis, declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO, revelan el pasado romano de la ciudad con frescos sorprendentemente conservados bajo sus calles modernas.
«Nuestros antepasados construyeron estas tumbas con tal precisión que han sobrevivido casi intactas durante 1.700 años», explica Márton Kovács, arqueólogo local. «Cada cámara cuenta una historia de fe y resistencia cultural que definió a Pécs desde sus inicios».
Donde el minarete se convirtió en campanario
El símbolo más fascinante de Pécs es quizás la Mezquita de Pasha Gazi Kassim, una estructura que encapsula perfectamente la identidad multicultural de la ciudad. Construida por los otomanos en el siglo XVI sobre los restos de una iglesia gótica, fue reconvertida en templo católico tras la retirada turca, conservando su estructura islámica mientras incorporaba elementos cristianos.
El barrio que renació de las cenizas industriales
El Barrio Cultural Zsolnay representa la reinvención moderna de Pécs. Este antiguo complejo industrial, hogar de la legendaria manufactura de porcelana Zsolnay, se ha transformado en un vibrante núcleo artístico con museos, galerías y espacios creativos. Las piezas de cerámica eosin, con su característico brillo metálico, son hoy tesoros nacionales que narran la innovación artística húngara.
La universidad que cambió la historia de Hungría
Fundada en 1367 por el rey Luis I, la Universidad de Pécs es la institución de educación superior más antigua del país. Sus edificios históricos y modernos salpican la ciudad, aportando una energía juvenil que contrasta con su patrimonio milenario, similar a otras ciudades históricas del Adriático que mezclan lo antiguo y lo contemporáneo.
El secreto mejor guardado: su clima mediterráneo
A diferencia del resto de Hungría, Pécs disfruta de un microclima mediterráneo que permite el cultivo de almendros, higueras y viñedos. Esta peculiaridad climática ha convertido la región circundante en una zona vinícola de creciente prestigio, comparable con otras regiones mediterráneas que atraen a viajeros en busca de buen clima y cultura.
La terraza secreta con vistas panorámicas
Los lugareños conocen bien la Terraza de las Ocho Felicidades, un mirador escondido que ofrece una perspectiva inigualable del centro histórico. Desde aquí, los tejados de terracota se despliegan hasta fundirse con las suaves colinas de Mecsek, creando un paisaje que evoca más a Italia que a Europa Central.
«Vengo aquí cada atardecer que puedo», comenta Eszter, una estudiante local. «Es el mejor lugar para entender por qué llamamos a Pécs la ciudad del Mediterráneo en Hungría».
Entre murallas y culturas: el alma de Pécs
Al igual que las fascinantes ciudades amuralladas de España, Pécs conserva partes de sus antiguas fortificaciones que testimonian su importancia estratégica a lo largo de los siglos. La mezcla de influencias romanas, cristianas, otomanas y austrohúngaras crea un mosaico cultural difícil de encontrar en otros lugares de Europa.
Un oasis urbano entre paisajes extremos
A diferencia de los impresionantes desiertos del mundo o las regiones heladas del planeta, Pécs ofrece un equilibrio perfecto: suficientemente pequeña para recorrerla a pie, pero con la riqueza cultural de una metrópoli.
En Pécs, cada fachada cuenta una historia, cada plaza guarda un secreto, y cada callejón revela una nueva capa de su fascinante pasado. Es un lugar donde el tiempo parece fluir diferente, donde las terrazas se llenan de vida incluso en invierno y donde la historia no se preserva en museos, sino que se vive en cada rincón de sus calles empedradas.